Esta última semana se ha discutido la propuesta de Carlos Bruce de la “unión civil no matrimonial para personas del mismo sexo”. La situación ha provocado que muchos se pronuncien a favor, otros en contra y otros digan que tiene elementos “debatibles”, etc., pero pocos han tratado de ver qué significa esta propuesta “progresista”. 

El matrimonio es una figura religiosa (cristiana, católica) que se ha extendido al Estado, lo ha puesto en su códigos siguiendo algunos supuestos (requisitos) y colocando el adjetivo "civil" para darle un carácter material. Se produce "entre un varón y una mujer", como figura (monogámica) en el catecismo de la Iglesia Católica, y con regulación de bienes (propiedad privada). El discurso es la construcción de amor y felicidad, y por supuesto, asociado a la familia (heterosexual, patriarcal). ¿El resultado? El ideal máximo de convivencia legítima basado en relaciones de afecto, y que contempla protección ante el Estado en materia de propiedad y derechos como familiar. ¿Reparos? Sí: ahora ya muchos heterosexuales no quieren casarse (lo que demuestra que no son los homosexuales los que lo estén "destruyendo"), pero eso no le quita la condición de ideal para otros muchos, que les da un status más alto frente a quienes solo conviven.

El matrimonio resulta una institución religiosa legitimada por el Estado, y eso le da un carácter “moral”. Lo que no esté dentro de los parámetros de la Iglesia no puede ser, entonces, legitimado por el Estado. Los excluidos del paraíso por el el sector más conservador del catolicismo dicen que "no tienen derecho a tergiversarlo”, “el que quiera otra institución que se invente otro nombre”, etc. Ello tiene sentido pues, cuando uno inventa algo no quiere que otros le cambien la idea. Tampoco se trata de que si el matrimonio es a madre, salario es a sal. El imperio romano ya no existe, pero los católicos sí, y tienen derecho a tener sus instituciones siempre y cuando no sean impuestas a todo un país. Por otro lado, algunos miembros de la comunidad LGTBI también dicen que los homosexuales no deberían aspirar a algo creado por y para los heterosexuales, apelando a la búsqueda de algo más original (¿nos sentamos a pensar?).

Carlos Bruce ya dijo que en la práctica, la propuesta de unión civil contempla casi todos los derechos, pero no los asociados a los de construir una familia con hijos: un matrimonio recortado. En resumen, el matrimonio no es para todos, pero la unión civil, sí. Entonces ¿por qué no considerar una unión civil para todos y todas, y desterrar el nombre del “matrimonio” del Estado? Quien quiera defender esa figura puede acudir a su religión para hacerlo y no al Estado, que es para todxs. Eso termina generando mecanismos de discriminación y guerra abierta contra las diferencias, con representantes incendiarios que arremeten con furia contra quienes no entren en sus parámetros.

En síntesis, la unión civil resulta un “primer paso”, pero sigue legitimando las desigualdades e inequidades porque no altera el orden vigente ni sus rezagos coloniales, sino que se acomoda a él sin confrontar a los poderes que realmente controlan el Estado.  La lucha es nominal, pero también por una vida digna, entre quienes buscamos construir sociedades que albergue a las diferencias y quienes avalan la imposición de formas de vida en que se excluye y violenta a los que no entren en sus parámetros. Los [pseudo]liberales no quieren pelearse con nadie, por eso evitan cuestionar verdaderamente el orden social. ¿Qué tiene que decir la izquierda sobre esto? El argumento de los cambios graduales se puede comprender siempre y cuando tengamos un horizonte claro. Si vamos por el primer paso, ¿Cuál es nuestra propuesta del siguiente?

Es el momento de empezar la pelea por los derechos de todxs.